sábado, 12 de diciembre de 2020

lunes, 7 de septiembre de 2020

domingo, 2 de agosto de 2020

viernes, 10 de julio de 2020

espiritualidad vicentina la fe vivida

La fe vivida

San Vicente saca algunas conclusiones para la vida de fe.

1.    La fe de los sencillos es, de ordinario, más viva

En la conferencia que el 21 de marzo de 1659 dirigió a los Sacerdotes de la Misión sobre la sencillez, San Vicente recuerda las palabras de Nues­tro Señor: «Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque ocultaste estas cosas a los sabios y discretos y las revelaste a los peque­ñuelos», y añade:
«Vemos cómo se cumple esto, en la diferencia que se observa entre la Fe de los campesinos y la nuestra. Lo que me queda de la experiencia que de esto tengo, es la opinión que siempre he mantenido de que la verdadera religión, la verdadera religión, Señores, la verdadera religión se halla entre los pobres. Dios los enriquece con una fe viva; creen, palpan, gustan las palabras de vida. Nunca se les ve en sus enfermedades, aflic­ciones, hambre, dejarse llevar por la impaciencia, murmurar ni quejarse; de ninguna manera o muy raras veces. De ordinario, conservan la paz en medio de los disgustos y las penas. ¿A qué se debe ésto? A la fe. ¿Por qué? Porque son sencillos y Dios hace abundar en ellos las gracias que rehusa a los ricos y sabios del mundo…»
* ¿Sabemos nosotros reconocer esos «signos del Reino», esos «frutos del Espíritu» en la vida de los pobres?
* ¿Seremos lo bastante sencillos, lo bastante humildes, para poder ade­lantar en la fe?
Esta «infancia evangélica» no tiene nada que ver con el infantilismo. Lejos de oponerse a poder profundizar, como antes decíamos, nos da el verdadero espíritu de esa actitud: nos hallamos en presencia de una reve­lación divina muy superior a nuestros pobres alcances; sólo a quien busca al Padre con un humilde respeto a su Misterio, se lo revela el Hijo al revelarse El mismo y comunicándole el Espíritu Santo.

2.- Con frecuencia, la fe nos hará interpretar lo visible de manera desconcertante

Recordemos estas palabras de San Vicente:
«No debo considerar a un pobre campesino o a una pobre mujer según lo que hace pensar la cortedad de su espíritu, tanto menos cuanto que con frecuencia no tienen casi ni la figura ni la inteligencia de personas razonables, de tal modo son rudos y poco elevados.
Pero volved la medalla y, con las luces de la Fe, veréis que el Hijo de Dios ha querido ser pobre y se nos presenta en esos pobres… ¡Oh Dios mío! ¡qué hermoso es ver a los pobres si los consideramos en Dios y en el aprecio que de ellos ha hecho Jesucristo!» (Coste, XI, 32).
Este descubrimiento de ‘Cristo en los pobres se halla, evidentemente, en el centro del pensamiento vicenciano. En la perspectiva de fe que es­tamos estudiando aquí, bueno será aclarar que la presencia del Señor en el corazón y en la vida de los pobres no debe concebirse de una ma­nera estática y, si se me permite la expresión, inerte. Su Espíritu está en ellos de una manera operante, permitiendo a cada uno, como dice el Con­cilio, participar en el Misterio Pascual de una forma que Dios sólo conoce. Así es cómo nuestra vocación nos insta a que lo descubramos y a que nos unamos a Él para cooperar con El; tal es el centro mismo de la vida apostólica; y uno de los rasgos —no el menor— del genio de San Vicente es el de haber instituido una Compañía que tiene como misión la de unirse a la acción divina en medio de las realidades humanas, en medio de la existencia de los pobres. El mismo San Vicente se maravillaba de ello y en esa misma actitud de fe veía la acción de Dios.
No sólo servimos a Jesucristo en los pobres, sino que servimos a los pobres con Jesucristo:
«¿Qué hizo Jesucristo en este mundo sino servir a los pobres? ¡Ah! mis queridas hijas, conservad esa cualidad, porque es la más hermosa y ven­tajosa de cuantas podáis tener» (Coste, IX, 324).
El mismo Jesucristo, presente en el alma de los pobres, se halla en «estado de servicio», en «actitud de servidor»; su Espíritu trabaja porque se cumpla el proyecto del Padre, que no quiere que se pierda ni uno solo de esos más pequeños.
Pero es evidente que todo esto depende de una visión de fe y de una fe muy pura. Hay que leer, volver a leer, meditar, las conferencias de San Vi­cente sobre la vocación de las Hijas de la Caridad (5 y 19 de julio de 1640) y sobre el espíritu de esta vocación (2, 9 y 24 de febrero de 1653).
Prolongando y ampliando esa visión de fe, San Vicente encuentra a Cristo en todo y en todos.
«Escuchemos a Abelly, su biógrafo: La segunda máxima de este fiel siervo de Dios era la de mirar siempre a Nuestro Señor Jesucristo en los demás, para mover con más eficacia su corazón a prestarles todos los deberes de la Caridad. Miraba a este divino Salvador como Pontífice y Cabeza de la Iglesia en nuestro Santo Padre el Papa; como, Obispos y Príncipe de los Pastores, en los Obispos; como Doctor en los doctores, como Sacerdote en los sacerdotes, Religioso en los religiosos, Soberano y Pode­roso en los reyes…»

3. «Nada me agrada sino en Jesucristo»

¿Cómo podríamos continuar la misión de Jesucristo, encontrarle y unir­nos a Él en la acción incesante de su Espíritu en el corazón y la vida de los pobres, sin una fe viva que nos lleve a adoptar los mismos medios que El, a servirnos de «las mismas armas», a «revestimos de El» cada vez más, según expresiones paulinas caras a nuestro Fundador?
Propiamente hablando, no existe otro medio para descubrir a Cristo que el de una fe viva. A la inversa, siendo la fe ante todo una gracia, puede decirse que consiste en dejarnos coger por Cristo, y por eso no puede sino desembocar en la esperanza y en la caridad: Cristo nos coge, nos «prende» para la Vida Eterna y nos da el vivir va de esa vida. Ahí tenemos la se­milla, el núcleo central, sólido, irreductible de la fe. «Entendamos por se­milla no ese elemento duro, incomible, que se deja en el plato, sino el centro dinámico, del que estalla la vida y cuya misión es ser plantado en la tierra, porque tiene programado en él un gran árbol, pronto a nacer».
Ahora bien, el Cristo de San Vicente es ese Cristo manso y humilde, sencillo y misericordioso cuya vida interior es esencialmente Amor al Padre y Amor a los pobres. Ese Amor es el que está en el origen del anonadamiento de la Encarnación y la Redención así como de «todas sus operaciones inte­riores y exteriores». De Él, pues, debemos «revestirnos», por la fidelidad a su Espíritu, que actúa en nosotros para que vivamos nuestra fe bautismal de conformidad con nuestra vocación. Se comprende la enorme insistencia de San Vicente en la humildad; en efecto, ¿cómo podríamos, sin ella, alcanzar y unirnos a Cristo-Servidor? ¿Cómo, sin ella, podríamos dejarnos coger por Jesucristo, lo que —ya lo hemos visto— es la definición misma de una fe viva y vivida?

Tomado de : http://vincentians.com/es/san-vicente-de-paul-y-el-realismo-de-la-fe/

viernes, 19 de junio de 2020

miércoles, 3 de junio de 2020

Dones del Espíritu Santo Primera Parte



escribe aqui con buena ortografia

viernes, 8 de mayo de 2020

domingo, 26 de abril de 2020

sábado, 28 de marzo de 2020

Comunicación Transfomadora



escribe aqui con buena ortografia

sábado, 1 de febrero de 2020

CONSEJOS PARA SER BUEN LECTOR

1.           Leerse la lectura antes. Si puede ser, en voz alta y un par de veces. Leerla para entender bien su sentido, y ver que entonación hay que dar a cada frase, cuáles son las frases que hay que resaltar, donde están los puntos y las comas, con qué palabras puede uno tropezar, etc. 
2.      estar a punto y acercarse al ambón en el momento oportuno, es decir, no cuando se está diciendo o cantando otra cosa. Y procurar que no se tenga que venir desde un lugar apartado de la iglesia: si es necesario, acercarse discretamente antes del momento de subir. 
3.      cuando se está ante el ambón, vigilar la posición del cuerpo. No se trata de adoptar posturas rígidas, pero tampoco será bueno leer con las manos en los bolsillos o con las piernas cruzadas… 
4.      situarse a distancia adecuada del micrófono para que se oiga bien. Ya que por culpa de la distancia muy a menudo se oye mal. No empezar, por lo tanto, hasta que el micrófono esté a la medida del lector (y saber cual es la medida correcta tiene que haberse aprendido antes: a un palmo de la boca suele ser la colocación adecuada). Y recordar que los golpes que se dan o los ruidos que se hacen ante el micrófono se  amplifican. 
5.      No comenzar nunca sin que haya absoluto silencio y la gente esté realmente atenta. 
6.      Leer despacio. El principal defecto de los lectores en este país de nervios y de nula educación para la actuación pública es precisamente éste: leer deprisa, la gente quizá sí que  con esfuerzo conseguirá entendernos, pero lo que leemos no entrará en su interior. Recordémoslo: este acostumbra a ser nuestro principal defecto. 
7.      además de leer despacio, hay que mantener un tono general de calma. Hay que desterrar el estilo de lector que sube aprisa, empieza la lectura sin mirar a la gente, y al acabar huye más a prisa todavía. Y no: se tarta de llegar al ambón, respirar antes de empezar a leer, leer haciendo pausas en las comas y haciendo una respiración completa en cada punto, hacer una pausa final antes de decir: “Palabra de Dios”, escuchar desde el ambón la respuesta del pueblo, y volver al asiento. Aprender a leer sin prisas, con aplomo y seguridad, ciertamente cuesta: por eso es importante hacer cuantos ensayos y pruebas sean necesarios: ¡Es la única forma! 
8.      Vocalizar. Es decir, resaltar cada sílaba. Mover los labios y la boca, no atropellarse. Sin afectación ni comedia. Pero recordando que se está “actuando” en público, y que el público tiene que captarlo bien. Y una actuación en público es distinta de una conversación de calle. 
9.      No bajar el tono en los finales de frase. Las últimas sílabas de cada frase tienen que oírse igual de bien que todas las demás. Y. en cambio, resulta que a menudo estas sílabas se baja el tono y se hacen inteligibles. 
10.  procurar leer con la cabeza alta. La voz resulta más fácil de captar y el tono más alto. Si es necesario, coger el libro, levantándolo, para no tener que bajar la cabeza. 
11.    antes de comenzar la lectura, mirar a la gente. Al final, decir “Palabra de Dios” mirando a la gente. Y a lo largo de la lectura, si sale natural, mirar también de vez en cuando. Estas miradas en medio de la lectura no tienen que imponerse como una obligación: si no salen natural. Es mejor limitarse a mirar al principio y al final, y el resto del tiempo concentrarse en leer bien. Pero si nos resulta fácil, puede ser útil hacerlo, especialmente en las frases más relevantes: ayuda a resaltarlas, a crear clima comunicativo, y a leer más despacio.



EL LECTOR

Para este ministerio la “Ordenación de lecturas de la Misa” No. 55, nos recomienda: “Para que los fieles conciban en su espíritu un afecto profundo y vivo hacia la Sagrada Escritura por el hecho de escuchar las lecturas divinas, es necesario que los lectores que ejercen este ministerio tengan realmente aptitudes para la lectura y estén bien preparados. Esta preparación tiene que ser ante todo espiritual, pero también es necesaria la preparación técnica”

- La preparación espiritual presupone, al menos, una doble instrucción bíblica y litúrgica. La instrucción bíblica tiene que apuntar a hacer que los lectores estén capacitados para percibir el sentido las lecturas en su propio contexto y para entender a la luz de la fe el mensaje revelado. La instrucción litúrgica tiene que facilitar a los lectores una  cierta percepción del sentido y de la estructura de la Liturgia de la Palabra y la Eucarística.
- La preparación técnica tiene que hacer que los lectores sean cada día más aptos para el arte de leer ante el pueblo, ya sea de viva voz o por el micrófono.

Material Tomado del Libro: El Lector y el Animador, Centre de Pastoral Litúrgica de Barcelona colección “Celebrar” -26-  4ta. Edición, Octubre de 1997. Preparado por Joseph Lligadas. España.

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