viernes, 10 de julio de 2020

espiritualidad vicentina la fe vivida

La fe vivida

San Vicente saca algunas conclusiones para la vida de fe.

1.    La fe de los sencillos es, de ordinario, más viva

En la conferencia que el 21 de marzo de 1659 dirigió a los Sacerdotes de la Misión sobre la sencillez, San Vicente recuerda las palabras de Nues­tro Señor: «Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque ocultaste estas cosas a los sabios y discretos y las revelaste a los peque­ñuelos», y añade:
«Vemos cómo se cumple esto, en la diferencia que se observa entre la Fe de los campesinos y la nuestra. Lo que me queda de la experiencia que de esto tengo, es la opinión que siempre he mantenido de que la verdadera religión, la verdadera religión, Señores, la verdadera religión se halla entre los pobres. Dios los enriquece con una fe viva; creen, palpan, gustan las palabras de vida. Nunca se les ve en sus enfermedades, aflic­ciones, hambre, dejarse llevar por la impaciencia, murmurar ni quejarse; de ninguna manera o muy raras veces. De ordinario, conservan la paz en medio de los disgustos y las penas. ¿A qué se debe ésto? A la fe. ¿Por qué? Porque son sencillos y Dios hace abundar en ellos las gracias que rehusa a los ricos y sabios del mundo…»
* ¿Sabemos nosotros reconocer esos «signos del Reino», esos «frutos del Espíritu» en la vida de los pobres?
* ¿Seremos lo bastante sencillos, lo bastante humildes, para poder ade­lantar en la fe?
Esta «infancia evangélica» no tiene nada que ver con el infantilismo. Lejos de oponerse a poder profundizar, como antes decíamos, nos da el verdadero espíritu de esa actitud: nos hallamos en presencia de una reve­lación divina muy superior a nuestros pobres alcances; sólo a quien busca al Padre con un humilde respeto a su Misterio, se lo revela el Hijo al revelarse El mismo y comunicándole el Espíritu Santo.

2.- Con frecuencia, la fe nos hará interpretar lo visible de manera desconcertante

Recordemos estas palabras de San Vicente:
«No debo considerar a un pobre campesino o a una pobre mujer según lo que hace pensar la cortedad de su espíritu, tanto menos cuanto que con frecuencia no tienen casi ni la figura ni la inteligencia de personas razonables, de tal modo son rudos y poco elevados.
Pero volved la medalla y, con las luces de la Fe, veréis que el Hijo de Dios ha querido ser pobre y se nos presenta en esos pobres… ¡Oh Dios mío! ¡qué hermoso es ver a los pobres si los consideramos en Dios y en el aprecio que de ellos ha hecho Jesucristo!» (Coste, XI, 32).
Este descubrimiento de ‘Cristo en los pobres se halla, evidentemente, en el centro del pensamiento vicenciano. En la perspectiva de fe que es­tamos estudiando aquí, bueno será aclarar que la presencia del Señor en el corazón y en la vida de los pobres no debe concebirse de una ma­nera estática y, si se me permite la expresión, inerte. Su Espíritu está en ellos de una manera operante, permitiendo a cada uno, como dice el Con­cilio, participar en el Misterio Pascual de una forma que Dios sólo conoce. Así es cómo nuestra vocación nos insta a que lo descubramos y a que nos unamos a Él para cooperar con El; tal es el centro mismo de la vida apostólica; y uno de los rasgos —no el menor— del genio de San Vicente es el de haber instituido una Compañía que tiene como misión la de unirse a la acción divina en medio de las realidades humanas, en medio de la existencia de los pobres. El mismo San Vicente se maravillaba de ello y en esa misma actitud de fe veía la acción de Dios.
No sólo servimos a Jesucristo en los pobres, sino que servimos a los pobres con Jesucristo:
«¿Qué hizo Jesucristo en este mundo sino servir a los pobres? ¡Ah! mis queridas hijas, conservad esa cualidad, porque es la más hermosa y ven­tajosa de cuantas podáis tener» (Coste, IX, 324).
El mismo Jesucristo, presente en el alma de los pobres, se halla en «estado de servicio», en «actitud de servidor»; su Espíritu trabaja porque se cumpla el proyecto del Padre, que no quiere que se pierda ni uno solo de esos más pequeños.
Pero es evidente que todo esto depende de una visión de fe y de una fe muy pura. Hay que leer, volver a leer, meditar, las conferencias de San Vi­cente sobre la vocación de las Hijas de la Caridad (5 y 19 de julio de 1640) y sobre el espíritu de esta vocación (2, 9 y 24 de febrero de 1653).
Prolongando y ampliando esa visión de fe, San Vicente encuentra a Cristo en todo y en todos.
«Escuchemos a Abelly, su biógrafo: La segunda máxima de este fiel siervo de Dios era la de mirar siempre a Nuestro Señor Jesucristo en los demás, para mover con más eficacia su corazón a prestarles todos los deberes de la Caridad. Miraba a este divino Salvador como Pontífice y Cabeza de la Iglesia en nuestro Santo Padre el Papa; como, Obispos y Príncipe de los Pastores, en los Obispos; como Doctor en los doctores, como Sacerdote en los sacerdotes, Religioso en los religiosos, Soberano y Pode­roso en los reyes…»

3. «Nada me agrada sino en Jesucristo»

¿Cómo podríamos continuar la misión de Jesucristo, encontrarle y unir­nos a Él en la acción incesante de su Espíritu en el corazón y la vida de los pobres, sin una fe viva que nos lleve a adoptar los mismos medios que El, a servirnos de «las mismas armas», a «revestimos de El» cada vez más, según expresiones paulinas caras a nuestro Fundador?
Propiamente hablando, no existe otro medio para descubrir a Cristo que el de una fe viva. A la inversa, siendo la fe ante todo una gracia, puede decirse que consiste en dejarnos coger por Cristo, y por eso no puede sino desembocar en la esperanza y en la caridad: Cristo nos coge, nos «prende» para la Vida Eterna y nos da el vivir va de esa vida. Ahí tenemos la se­milla, el núcleo central, sólido, irreductible de la fe. «Entendamos por se­milla no ese elemento duro, incomible, que se deja en el plato, sino el centro dinámico, del que estalla la vida y cuya misión es ser plantado en la tierra, porque tiene programado en él un gran árbol, pronto a nacer».
Ahora bien, el Cristo de San Vicente es ese Cristo manso y humilde, sencillo y misericordioso cuya vida interior es esencialmente Amor al Padre y Amor a los pobres. Ese Amor es el que está en el origen del anonadamiento de la Encarnación y la Redención así como de «todas sus operaciones inte­riores y exteriores». De Él, pues, debemos «revestirnos», por la fidelidad a su Espíritu, que actúa en nosotros para que vivamos nuestra fe bautismal de conformidad con nuestra vocación. Se comprende la enorme insistencia de San Vicente en la humildad; en efecto, ¿cómo podríamos, sin ella, alcanzar y unirnos a Cristo-Servidor? ¿Cómo, sin ella, podríamos dejarnos coger por Jesucristo, lo que —ya lo hemos visto— es la definición misma de una fe viva y vivida?

Tomado de : http://vincentians.com/es/san-vicente-de-paul-y-el-realismo-de-la-fe/

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